REFLEXIÓN SEMANAL
DESDE LA CAPELLANÍA DEL CENTRO DE COMERCIO
Lecturas del Domingo 31
del Tiempo Ordinario-Ciclo B
Solemnidad de todos los
Santos
Primera
lectura
Lectura
del libro del Apocalipsis (7,2-4.9-14)
Segunda
lectura
Lectura
de la primera carta del apóstol san Juan (3,1-3)
Evangelio
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (5,1-12)
“…miré y había una
muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y
lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas
y con palmas en sus manos”. Este Domingo la Iglesia
universal celebra la solemnidad en el recuerdo de todos los santos, no es sólo
una fiesta que se remite a quellos hermanos nuestros que públicamente se les ha
reconocido sus virtudes; yo más bien diría que es una fiesta de todos nosotros
que llamados a ser santos por nuestro bautismo, somos también contados en éste
inmenso número que alaba al Señor día y noche.
Cabría entonces acá la pregunta ¿quién es un santo?, y
la respuesta no podría ser otra que aquellos que han decidido vivir
intensamente su condición cristiana fortalecidos en su interior con las
virtudes que también enuncia el fragmento evangélico de mateo: la humildad, la
mansedumbre, la justicia, la misericordia, etc, y todo aquello cuanto hay de
bueno en el corazón del hombre que sólo busca hacer el bien y tener al otro
como su prójimo. Lejos de nosotros pensar que la santidad es sólo cosa de unos
pocos o de un grupo exclusivo, o que santos únicamente son aquellos que estan
en las Iglesias. Cada uno de nosotros tiene que hacerse conciente de la inmensa
capacidad que Dios Padre ha sembrado en nustro corazón para que le correspondamos con inmenso amor y
generosidad, como decía san Agustín ¿si otros han podido, porqué yo no?.
Santos se necesitan todos los días, para que en medio de
las vicisitudes de este mundo, ellos con la luz resplandeciente que emmana del
Señor puedan seguir mostrando el camino que todos estamos llamados a recorrer.
En el recorrido de la historia de la Iglesia, en el
Concilio Vaticano II (1962-1965) se logró discernir que la santidad no era solo
un privilegio de unos pocos, sino que era por el contrario un deber natural de
cada cristiano y cada uno desde nuestra propia experiencia de vida, podemos
aportar a la santidad y a la de los demás, con una vida sencilla y tranquila.
Recordemos la bella respuesta que daremos en el salmo
responsorial: “Este es el grupo que viene
a tu presencia, Señor”; sientámonos incluídos y comprometidos a trabajar
por esta loable misión.
Giotto. El
juicio final (1302-1305)
P. José Aníbal Rojas Bedoya
Capellán de Comercio