REFLEXIÓN SEMANAL
DESDE LA CAPELLANÍA DEL CENTRO DE COMERCIO
Lecturas del Domingo 30 del Tiempo Ordinario-Ciclo B
Primera
lectura
Lectura
del libro de Jeremías (31,7-9)
Segunda
lectura
Lectura
de la carta a los Hebreos (5,1-6)
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,46-52
“Maestro, que
pueda ver”, es la expresión de petición que resalta de los labios del ciego Bartimeo
en el fagmento evangélico que nos presenta Marcos para éste domingo, como una
manera de tirar nuestra atención en la búsqueda de Jesús que siempre pasa por
nuestro lado.
Interesante resulta el análisis del episodio; inicia el
relato haciendo una alusió directa al paso de Jesús por el lado de Bartimeo que
estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. En los tiempos de Jesús
existían muchas y variadas creencias acerca de los motivos de las enfermedades,
pues los avances de la ciencia no eran tan claros como hoy, y por eso las
diversas situaciones de la vida –sufrimiento, padecimientos físicos de cualquier tipo y todas las enfermedades –
eran atribuidas a un castigo divino que recaía sobre la persona por sus malas
conductas, y como si fuera poco, a eso se le suma el rehazo social. Así que la
situación de éste hombre era bien compleja, pues no le quedaba otra salida que
recurrir a la caridad pública para poder subsistir él, y quizás su familia.
Lo importante es que Bartimeo se da cuenta que pasa
Jesús, y con sus gritos llama su atención, reconociendo a Jesús como Mesías, pues lo llamará “Hijo de David”; Bartimeo
seguramente conocía la profecía del libro de 2 Samuel 7, 12-16, donde se
vislumbra un descendiente del tronco de David que será el Mesías, el salvador y
liberador del pueblo. Más allá de eso, la acción que realiza Jesús con él tiene
un sentido muy profundo y especial: lo libera de su condición y su señalamiento
social y le concede ver, no solo con los ojos, sino con el alma alabando su fe:
“Anda, tu fe te ha curado”.
Hagámonos una pregunta: ¿sería solamente la ceguera
física que curó Jesús en Bartimeo? Yo creo que no. Cuando el hombre reconoce a
Jesús como su Señor y Salvador, todos los obstáculos de su vida, o sus cegueras
caen y puede recobrar la vista más especial y compleja que puede existir:
descubrir su alma. Muchas veces será necesario que apartemos de nuestras vidas
aquello que nos quita la posibilidad de ver más allá de nuestros propios
intereses y abrir el corazón, más que los ojos a Aquel que puede iluminr
nuestro camino y hacer que siempre estemos iluminados con la luz de su gracia. Ver
es una gracia, que nada ni nadie nos quite esta oportunidad.
P. José Aníbal Rojas Bedoya
Capellán de Comercio